El estado argentino está violando compromisos internacionales
“El Estado argentino tiene una obligación internacional de investigar, perseguir y responsabilizar adecuadamente los crímenes de lesa humanidad. Entonces, lo cierto es que no se debería aplicar esta ley a nadie que no haya estado en prisión preventiva en ese periodo por más de dos años y no posteriormente. El Estado argentino está violando sus compromisos internacionales, porque los delitos de lesa humanidad deben ser perseguidos adecuadamente, y esto tiene una consecuencia directa en dos sentidos. Por un lado, por ser una errónea interpretación de la ley, no se trataría de una responsabilización adecuada porque eso reduciría ostensiblemente la mayoría de las condenas de los genocidas. Y hay que entender que los genocidas son juzgados 40 años después justamente porque fueron autores del terrorismo de Estado y después el Estado decidió durante una importante cantidad de años dictar leyes de impunidad” (Elizabeth Gómez Alcorta en Notas Periodismo Popular )
Fragmento de" Lo Innombrable " H P Lovecraft
Sin duda se había hecho muy tarde. Un murciélago singularmente silencioso
me tozó al pasar, y creo que a Manton también, porque aunque no podía verle,
noté que levantaba el brazo. Luego dijo:
—Pero, ¿sigue en pie y deshabitada esa casa de la ventana del ático?
—Si —contesté---. Yo la he visto.
—¿Y encontraste algo... en el ático o en algún otro lugar?
—Unos cuantos huesos bajo el alero. Quizá fue eso lo que vio el niño; si
era muy sensible, no necesitó ver nada en el cristal de la ventana para perder
la razón. Si pertenecían al mismo ser, debió de tratarse de una monstruosidad
histérica y delirante. Habría sido blasfemo dejar tales huesos en el mundo; así
que los metí en un saco y los llevé a la tumba que hay detrás de la casa. Había
una abertura por donde los pude arrojar al interior. No pienses que fue una
tontería por mi parte... Quisiera que hubieses visto el cráneo. Tenía unos
cuernos de unas cuatro pulgadas; en cambio, la cara y la mandíbula eran igual
que la tuya o la mía.
Al fin pude notar que Manton, ahora muy cerca de mí, experimentaba un
auténtico escalofrío. Pero su curiosidad no se dejó intimidar.
-¿Y los cristales de las ventanas?
-Habían desaparecido todos. Una de las ventanas había perdido
completamente el marcó; en las demás, no había rastro de cristales en las
pequeñas aberturas romboidales. Eran de esa clase de ventanas de celosía que
cayeron en desuso antes de 1700. Supongo que
llevaban un siglo o más sin cristales... quizá los rompiera el niño, si
es que llegó hasta allí; la leyenda no lo dice.
Manton se quedó pensativo otra vez.
—Me gustaría ver la casa, Carter. ¿Dónde está? Tanto si tiene cristales
como si no, quisiera echarle una ojeada. Y también a la tumba donde pusiste
aquellos huesos, y la otra sepultura sin inscripción... todo eso debe de ser un
poco terrible.
—La has estado viendo... hasta que se ha hecho de noche.
Mi amigo se puso más nervioso de lo que yo me esperaba; porque ante este
golpe de inocente teatralidad, se apartó de mí neuróticamente y dejó escapar un
grito, con una especie de atragantamiento que liberó su tensión contenida. Fue
un grito singular, y tanto mas terrible cuanto que fue contestado. Pues aún
resonaba, cuando oí un crujido en la tenebrosa negrura, y comprendí que se
abría una ventana de celosía en aquella casa vieja y maldita que teníamos allí
cerca. Y dado que todos los demás marcos de ventana hacía tiempo que habían
desaparecido, comprendí que se trataba del marco espantoso de aquella ventana
demoníaca del ático.
Luego nos llegó una ráfaga de aire fétido y
glacial procedente de la misma espantosa dirección, seguida de un alarido
penetrante que brotó junto a mí, de aquella tumba agrietada de hombre y
monstruo. Un instante después, fui derribado del horrible banco donde estaba
sentado por el impulso infernal de una entidad invisible de tamaño gigantesco,
aunque de naturaleza indeterminada. Caí cuan largo era en el moho trenzado de
raíces de ese horrendo cementerio, mientras de la tumba salía un rugido
jadeante y un aleteo, y mi fantasía se valía de ellos para poblar la oscuridad
con legiones de seres semejantes a los deformes condenados de Milton. Se formó
un vórtice de viento helado y devastador, y luego hubo un tableteo de ladrillos
y cascotes sueltos; pero, misericordiosamente, me desvanecí-antes de comprender
lo que ocurría.
Manton, aunque más bajo que yo, es más resistente; porque abrimos los
ojos casi al mismo tiempo, a pesar de que sus heridas eran más graves. Nuestras
camas estaban juntas, y en pocos segundos nos enteramos de que estábamos en el
hospital de St. Mary. Las enfermeras se habían congregado a nuestro alrededor,
en tensa curiosidad, ansiosas por ayudar a nuestra memoria, contándonos cómo
habíamos llegado allí; y no tardamos en saber que un granjero nos había
encontrado a mediodía en un campo solitario al otro lado de Meadow Hill, a una
milla del viejo cementerio, en un lugar donde se dice que hubo en otro tiempo
un matadero. Manton tenía dos serias heridas en el pecho, así como algunos
cortes o arañazos menos graves en la espalda. Yo no estaba malherido; pero
tenía el cuerpo cubierto de morados y contusiones de lo más desconcertantes, y
hasta una huella de pezuña hendida. Era evidente que Manton sabía más que yo,
pero no dijo nada a los perplejos e interesados médicos, hasta que le
explicaron cual era la naturaleza de nuestras heridas. Entonces dijo que
habíamos sido victimas de un toro resabiado... aunque resultó difícil explicar
e identificar al animal.
Cuando las enfermeras y los médicos nos dejaron, le susurré una pregunta
sobrecogida:
—¡Dios mío, Manton, ¿qué ha pasado? Esas señales... ¿ha sido eso?
Pero yo estaba demasiado perplejo para alegrarme, cuando me contestó en
voz baja algo que yo medio me esperaba:
—No... no ha sido eso ni mucho menos. Estaba en todas partes... era una
gelatina... un limo.., sin embargo, tenía formas, mil formas espantosas
imposibles de recordar. Tenía ojos... uno de ellos manchado. Era el abismo, el
maelstrom, la abominación final. Carter, ¡era lo
innombrable!
Sin
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