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Monday 23 September 2019

GRETA THUNBERG







Había una extraña quietud. Los pájaros, por ejemplo... ¿dónde se habían ido? Mucha gente hablaba de ellos, confusa y preocupada. Los comederos de los patios estaban vacíos. Las pocas aves que se veían se hallaban moribundas: temblaban violentamente y no podían volar. Era una primavera sin voces. En las madrugadas que antaño fueron perturbadas por el coro de robines, pájaros gato, tórtolas, arrendajos, chochines y multitud de otras voces de pájaros, no se percibía un solo rumor; sólo el silencio se extendía sobre los campos, los bosques y las marismas. En las granjas, las gallinas empollaban, pero ningún polluelo salía de los cascarones. Los campesinos se quejaban de que no conseguían criar ningún cerdo, las camadas eran pequeñas y los lechones sobrevivían sólo unos cuantos días. Los manzanos echaban flor, pero ninguna abeja zumbaba entre las flores, por consiguiente no había polinización y no habría frutos. Los bordes de los caminos, tan atractivos tiempo atrás, estaban ahora cubiertos de vegetación tostada y reseca, como consumida por el fuego. También éstos se hallaban silenciosos y desprovistos de toda criatura viviente. Incluso los riachuelos se veían sin vida. Los pescadores ya no los visitaban, porque todos los peces habían muerto. En los canalones de los tejados, sobre los aleros y entre los ripios, un polvo blanco y granuloso mostraba aún algunas manchas; pocas semanas antes había caído como nieve sobre los techos y los céspedes, los campos y los arroyos. Ninguna brujería, ninguna acción del enemigo había silenciado el rebrotar de nueva vida en este mundo así afligido. Lo había hecho la misma gente. Esta ciudad no existe en realidad, pero podría haber tenido mil duplicados en Norteamérica o en cualquier otro sitio del mundo. No conozco ninguna comunidad que haya sufrido todas las desgracias que he descrito. Pero cada uno de esos desastres ha ocurrido de verdad en algún lugar, y muchas comunidades reales han experimentado un buen número de ellos. Un siniestro espectro se ha deslizado entre nosotros casi sin que lo advirtiéramos, y esta imaginaria tragedia podría fácilmente convertirse en una completa realidad que todos nosotros conoceríamos. Los caminos eran lugares de gran belleza, donde incontables pájaros acudían a comerse las moras y las semillas de las cabezuelas de las hierbas secas que sobresalían de entre la nieve. La comarca era famosa por la abundancia y variedad de sus aves, y cuando la riada de las aves migratorias se derramaba sobre ella en primavera y en otoño, la gente llegaba desde grandes distancias para contemplarla. Otros iban a pescar en los ríos, que fluían, claros y fríos, desde las montañas y que ofrecían sombreados remansos en que nadaban las truchas. Así había sido desde los días, hace muchos años, en que los primeros colonos levantaron sus casas, cavaron sus pozos y construyeron sus graneros. Entonces una extraña plaga se extendió por la comarca y todo empezó a cambiar. Algún maleficio se había adueñado del lugar; misteriosas enfermedades acabaron con las aves de corral; vacas y ovejas enfermaron y murieron. Por todas partes se extendió una sombra de muerte. Los granjeros hablaron de muchas enfermedades que aquejaban a sus familias. En la ciudad, los médicos se encontraban cada vez más confusos por las nuevas clases de afecciones que aparecían entre sus pacientes. Hubo varias muertes repentinas e inexplicables, no sólo entre los adultos, sino incluso entre los niños que, de pronto, eran atacados por el mal mientras jugaban y morían a las pocas horas. Había una extraña quietud. Los pájaros, por ejemplo... ¿dónde se habían ido? Mucha gente hablaba de ellos, confusa y preocupada. Los comederos de los patios estaban vacíos. Las pocas aves que se veían se hallaban moribundas: temblaban violentamente y no podían volar. Era una primavera sin voces. En las madrugadas que antaño fueron perturbadas por el coro de robines, pájaros gato, tórtolas, arrendajos, chochines y multitud de otras voces de pájaros, no se percibía un solo rumor; sólo el silencio se extendía sobre los campos, los bosques y las marismas. En las granjas, las gallinas empollaban, pero ningún polluelo salía de los cascarones. Los campesinos se quejaban de que no conseguían criar ningún cerdo, las camadas eran pequeñas y los lechones sobrevivían sólo unos cuantos días. Los manzanos echaban flor, pero ninguna abeja zumbaba entre las flores, por consiguiente no había polinización y no habría frutos. Los bordes de los caminos, tan atractivos tiempo atrás, estaban ahora cubiertos de vegetación tostada y reseca, como con sumida por el fuego. También éstos se hallaban silenciosos y desprovistos de toda criatura viviente. Incluso los riachuelos se veían sin vida. Los pescadores ya no los visitaban, porque todos los peces habían muerto. En los canalones de los tejados, sobre los aleros y entre los ripios, un polvo blanco y granuloso mostraba aún algunas manchas; pocas semanas antes había caído como nieve sobre los techos y los céspedes, los campos y los arroyos. Ninguna brujería, ninguna acción del enemigo había silenciado el rebrotar de nueva vida en este mundo así afligido. Lo había hecho la misma gente.


RACHEL CARSON "LA PRIMAVERA SILENCIOSA"






5 comments:

  1. Recuerdo haber leído sobre Rachel Carson y de ese libro, cuyo título entiendo ahora.

    Saludos.

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    1. Gracias Demi , unpoco lo que quiero reflejar es la antiguedad de estos asuntos y del tiempo y generaciones que hemos venido alertando . Aqui tenes Rachel de los 50' Joni Mitchel 60's yo que creci en mediados de los 70's 80.s y esta chica en el 2019 .

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  2. Un tema que por desgracia, entendieron algunas mentes privilegiadas.

    Un post muy interesante. Un abrazo

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  3. Bien ahí Javier, poniéndole voz y música. Trayendo un extracto de un texto que no conocía, y que me resulta conmovedor, te mueve.
    Claro que no es una temática nueva, pero están los que se resisten, diga lo que digan las estadísticas y las señales de la Natura. Hay muchos hijos del rigor.

    Abrazo grande!

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